El alma y el cuerpo: ¿juntos o separados?
El alma y el cuerpo: ¿juntos o separados?

El alma y el cuerpo: ¿juntos o separados?

Todas las culturas, salvo segmentos de la nuestra, coinciden en que los seres humanos están formados de un cuerpo y un alma. Para los cristianos, la singularidad del alma y su equivalencia en cada uno de nosotros garantizan nuestra individualidad y unos derechos igualitarios, los dos principios básicos del liberalismo moderno. Además estamos acostumbrados a pensar en cuerpo y alma como algo dividido, siendo el uno mortal y la otra inmortal. Éste fue un desarrollo occidental, cultivado por los antiguos griegos y adoptado por la cristiandad: Platón ejerció una decisiva influencia en la teología de San Agustín, mientras que el pensamiento Aristotélico domina en el de Santo Tomás de Aquino, el teólogo más destacado del catolicismo romano. Sin embargo, la división entre alma y cuerpo no es en absoluto universal, como no lo es la singularidad del alma. Las culturas tribales preliterarias -a las que llamaré «tradicionales»- suelen reconocer más de un alma, y todas coinciden en que, aunque ésta se diferencie del cuerpo, conserva un cierta identidad con él.

En África, por ejemplo, los basutos se muestran precavidos a la hora de caminar junto a la orilla de un río porque, si su sombra se cayera al agua, podría ser atrapada por un cocodrilo, y entonces el propietario de la sombra moriría. Uno de los primeros antropólogos  de la historia, E. B. Tylor, observó que numerosas culturas tribales, desde Tasmania hasta Norteamérica, desde Malasia hasta África, utilizan la palabra «sombra» -o alguna similar, como «reflejo», «imagen», «eco», «doble» o «cuerpo-ilusión»- para referirse a la parte de un ser humano capaz de escindirse del cuerpo, particularmente en el momento de la muerte.[2] Así pues, era natural que los antropólogos -que cristianos o no, siempre proceden de una cultura cimentada en el cristianismo- denominarán alma a esta «sombra» y comenzaran a reflexionar sobre el asunto.a8ab57c45a3e255f798196bd4f436831

Tylor descubrió que en las culturas tribales no sólo se creía que la sombra sobrevivía a la muerte corporal, sino también que se aparecía a los demás separada del cuerpo. Podía guardarse en otro sitio, oculta en un lugar secreto, pues era vulnerable al ataque y hasta podía ser devorada. Además, esa sombra o alma se ubicaba en distintas partes del cuerpo, o se identificaba con éstas: para los caribes de Sudamérica y para los tongas, es aparte es el corazón; para los aborígenes australianos de Victoria, la «grasa del riñón»; para otros, la sangre o el hígado.

El aliento también es un sinónimo habitual de la sombra o «cuerpo-aliento», ya sea en Australia Occidental o en Groenlandia. Esto mismo ocurría al comienzo de la cultura occidental: «aliento» es el significado original de la palabra pneuma, «espíritu», y una de la acepciones de psyché, «alma». Que el alma abandona el cuerpo con el último aliento del moribundo era una creencia romana -las palabras latinas animus y spiritus connotan, ambas, «aliento»- que persistió hasta más allá de la época isabelina. Pero, como hace ya mucho tiempo que en nuestra cultura el alma dejó de estar ligada a nada en concreto nos asombra lo materialista que parecer ser las ideas espirituales de las culturas tradicionales.

Para resolver el rompecabezas del alma, a menudo las culturas tradicionales afirman que tenemos más de una. Por ejemplo, podemos tener una mortal y otra inmortal. E incluso una tercera , que en realidad es el alma de un ancestro muerto que se ha unido  a nosotros para convertirse en nuestro guía. En Norteamérica, los algonquinos creen que una de las dos almas puede abandonar el cuerpo dejando atrás a la otra: al morir, la primera parte hacia la tierra de los muertos , mientras que a la segunda se la colma de ofrendas de alimentos. Y los dakotas creen que existen cuatro almas: una permanece con el cadáver, otra se queda en el poblado, otra se eleva en el aire y la otra se marcha a la tierra de los espíritus.

Hombres-leopardo

Por si esto no hubiera bastado para confundir a los antropólogos occidentales, en muchos pueblos africanos encontraron la idea de que los humanos tienen un «alma  menor» en forma de análogo animal. Se trata de un tema omnipresente: los malayos korichi de Sumatra, por ejemplo, describen la matanza de un tigre que al final resultó ser un hombre-tigre, pues comprobaron que tenia el mismo diente de oro que su análogo humano.La misma idea aflora en el pueblo naga de la India nororiental, donde, como nos cuenta J. H. Hutton, a un hombre llamado Sakhuto le apareció repentinamente de la nada una herida en la espalda. Le habían disparado, dijo, cuando tenia forma de leopardo.

De hecho, creencias similares fueron habituales en Europa hasta épocas recientes. En Inglaterra isabelina existían numerosas variantes del cuento de la liebre perseguida: una liebre recibía un disparo que le haría una pata, y los cazadores seguían su rastro de sangre hasta una remota casita, en cuyo interior hallaban a una mujer vieja con una herida en la pierna. La mujer era, por supuesto, una bruja; a las bruja siempre se les ha atribuido el poder de cambiar de forma y de adoptar el aspecto de animales como la liebre o el gato. Isobel Godwie, acusada de brujería en la Escocia del siglo XVI, confesó el siguiente hechizo como su recurso para transmutar en una liebre: «En liebre me convertiré,/con suspiros, aflicción y cuidados;/ y a casa regresaré/ en el nombre del Diablo».

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Los nagas no limitaban estas transformaciones a hechiceros o a brujos: la existencia de hombres-leopardos era común entre individuos corrientes, como en el caso de Sakhuto, que cuando tenían forma de leopardo sufrían dolores en las articulaciones y se movían convulsivamente mientras dormía. Si era perseguido (bajo forma de leopardo), se retorcían en su empeño por escapar. Sin embargo, los nagas no afirman convertirse en leopardos; dicen que su alma (ahonga, «sombra») se adentra en el leopardo, que puede reconocerse como humano porque tiene cinco uñas en cada garra.

Cuando el animal muere, su análogo humano no permanece durante mucho tiempo en este mundo; Sakhuto, de hecho, murió diecinueve días después de que a mataran su leopardo.

Si en algunas sociedades las personas corrientes pueden tener  «almas menores», la capacidad de transformarse es atribuida típica y universalmente a los chamanes de la tribu o a los hechiceros  ya los curanderos. Sin embargo, se distinguen una serie de sutiles diferencias en un modo de hacerlo. Como hemos visto, pueden hacer que su alma se adentre en un animal , como un cocodrilo o un tigre,pero también que su cuerpo adopte la forma de dicho animal. No obstante, entre los dowayos de Camerún un brujo se convierte en leopardo por la noche volviéndose de revés, es decir, de día tiene piel de hombre y por la noche de leopardo.

El chamán adopta de otra manera la identidad de un animal sagrado: se pone sus piel o sus plumas. Así lo vemos en el mito escandinavo de Sigmund, quien encuentra una piel de lobo y se convierte en ese animal al ponérsela, permaneciendo bajo esta forma durante nueve días. Recordemos igualmente la extendida leyenda de las costas escocesas e irlandesas acerca de la mujer-foca: una foca que, a la inversa se despoja de su piel y se convierte en una hermosa doncella.

En otras palabras, las culturas tradicionales son imprecisas respecto a los medios por los que un hombre se transforma en un animal, o bien sostienen teorías diferentes. Defienden una dualidad de alma y cuerpo, pero niegan el dualismo propio de nuestra teología. Insisten que el alma y el cuerpo pueden separarse -en la muerte, por ejemplo-, pero niegan que estén separados. El antropólogo Lucien Lévy-Bruhl va todavía más lejos al afirmar que incluso el termino «dualidad» es engañoso, porque en el caso de los hombres-leopardo, hombres-cocodrilo, etcétera, se trata en realidad de una «bipresencia»:el hechicero es hombre y leopardo al mismo tiempo, sólo que en lugares distintos.

Los inuits del estrecho de Bering nos proporcionan una sorprendente imagen de la existencia dual: creen que en el principio todos los seres animados podian adoptar la forma de los otros a voluntad. Si un animal deseaba convertirse en hombre, sólo tenia que subirse el hocico o el pico como si fuese una máscara para convertirse en inua, «como un hombre», la parte pensante de la criatura y, al morir, en su espíritu. Los chamanes tenían la capacidad de ver el inua a través de esas máscaras.De forma similar, si un hombre luce la máscara de un animal se convierte en la criatura que ésta representa.

Por lo que parece , los humanos están convencidos de su naturaleza dual, de su duplicidad, ya se exprese como alma/cuerpo, mente/cerebro, energía/materia o humano/animal. Las diversas formas en que describimos nuestra duplicidad ponen de manifiesto la intensidad con la que tratamos de imaginar nuestra naturaleza paradójica. El hecho de que las culturas tradicionales no les afecten las contradicciones tal vez sugiera que nuestros constantes intentos de resolverlas de un modo u otro son simplemente el resultado de nuestra perspectiva moderna. y que quizá no sea deseable, ni siquiera posibles.

Almas cautivas

Existe un consenso casi universal respecto a que el alma puede separarse del cuerpo. Logra deambular por su cuenta, por ejemplo, durante un sueño. A veces se pierde y no encuentra el camino de regreso hasta su propietario, y debe ser rescatada por un chamán: éste vuela hasta el Otro Mundo de los sueños y la trae de vuelta. Otras veces, el alma es retenida en el Otro Mundo por espíritus del mal a los que el chamán debe vencer o persuadir para que la liberen. En otras ocasiones , el alma no se ha perdido sino que ha sido robada  por brujas, animales sobrenaturales o los muertos. En tales casos, el cuerpo

que se deja no es más que un caparazón que va consumiéndose, y muere a veces si su alma no le es devuelta.

En el folclore irlandés, por ejemplo, se dice que cuando a un hombre o una mujer joven se lo llevan las hadas, deja tras de sí un «leño», o bien «la apariencia de su cuerpo o un cuerpo con su apariencia».Es decir, que lo que queda no es un ser humano, sino una especie de «muerto viviente», como se dice de los haitianos, cuyas almas pueden ser encerradas en tarros por los brujos mientras sus restos corpóreos son abducidos, bajo forma de zombies, para que le sirvan como esclavos.

Se advierte siempre esta resistencia a que el cuerpo se vuelva demasiado material y el alma demasiado espiritual. Carda uno permanece ligado al otro y es portador de sus atributos. Tales ideas nos invitan a imaginarnos el cuerpo como algo fluido , insustancial y propenso a cambiar de forma, así como el alma  es concreta, sustancial y tendente a permanecer fija en el cuerpo. Lo que le sucede a uno le sucede al otro, por mucho que se hayan distanciado. Entre el cuerpo y el alma hay una membrana muy leve, que la leyenda de la mujer-foca describe como una piel «más suave al tacto que la bruma».

 

Incluso en la muerte, cuando cabría pensar que el alma se ha separado finalmente de su cuerpo, continúan cerca. Como dicen muchos africanos, «los muertos todavía están vivos».[Así pues. quien quiera arremeter contra un muerto cuya «sombra» es remota e invisible, no tiene más que actuar sobre sus restos corpóreos. Los aborígenes australianos de la zona de Brisbane eran conocidos por mutilar los genitales de los muertos para evitar que tuvieran relaciones sexuales con los vivos, mientras que los de la zona de Victoria les ataban los pies para que no «caminaran». Por el mismo motivo, en el África occidental los ogoués solían romperles todos los huesos a un cadáver y colgarlo de un árbol dentro de una bolsa. En The People of the North, Knut Rasmussen describía un comportamiento similar entre los inuits que habían cometido un asesinato: despedazaban el cuerpo de la víctima, se comían su corazón y cubrían los restos con piedras o los arrojaban al mar. todo ello para que el muerto fuese incapaz de consumar una venganza post mórtem.

A menudo, si suceden desgracias tras una muerte, se exhuma el cuerpo fallecido. En ocasiones aparece intacto, con las mejillas aún sonrosadas y aspecto de estar dormido más que  muerto, claro signo de que la persona en cuestión fue en vida un brujo  hechicero encubierto.Tal creencia no solo se encuentra en lugares tan lejanos como Nigería o Birmania, sino también en Europa, donde, sin embargo, se suele manifestar a la inversa: el cadáver intacto se considera el de un santo y no el de un hechicero.Cuando, por ejemplo, se abrió el ataúd de san Cutberto unos cuatrocientos años después de su muerte, acaecida en 687, su cuerpo apareció sin cambios ni signos de descomposición. Estas señales de santidad también pueden interpretarse en el sentido contrario: en la Europa del Este, los cadáveres con un aspecto anormalmente saludable, volvían a enterrarse con una preventiva estaca clavada en el corazón.

Al parecer, a la raza humana siempre le ha inquietado los poderes de los muertos, ya sean benévolos o perversos. En la medida que un individuo muerto es su cadáver, podemos tratar de neutralizarlo enterrándolo, descuartizándolo o mutilándolo. Pero si los fallecidos pueden estar aparentemente en dos sitios a la vez, igual que el hombre-tigre, también pueden regresar como espíritus conflictivos o «fantasmas hambrientos», tal como dicen los chinos, para atormentarnos.

Hecho y ficción

En la cultura occidental nos desconciertan especialmente los enfoques tradicionales sobre la relación entre cuerpo y alma, y pienso que esto se debe a dos razones:

En primer lugar, las creencias tradicionales sobre el cuerpo y el alma nos plantean las mismas dificultades que lo literal y lo metafórico. Vivimos en una sociedad extremadamente literal, donde todo es o bien un hecho o bien una ficción, verdadero o falso; en consecuencia, creemos que las sociedades tradicionales son iguales y que se toman literalmente sus (para nosotros) absurdas creencias sobre el alma y el cuerpo cuando lo cierto es que sus creencias se acercan más a lo que denominamos metáforas. No creen que los hombres y los leopardos sean intercambiables, tal visión no es sino una metáfora de nuestra naturaleza doble. Aunque en el mismo momento de decir esto, he de contradecirme a mí mismo, pues en gran medida todas las creencias tradicionales se sostienen de un modo literal. La cuestión es que los pueblos tradicionales no hacen las mismas distinciones que nosotros. Su pensamiento precede a cualquier división entre lo literal y lo metafórico. No se preocupan por sus aparentes contradicciones. La sombra es un fenómeno óptico y al mismo tiempo un alma. El hechicero en su choza y el leopardo en el bosque son un mismo ser con formas diferentes. Su realidad es exactamente esa combinación de hecho y ficción que se denomina mito, palabra que, desgraciadamente, identificamos con algo falso. Sin embargo, es una realidad en la que el alma existe como una manifestación diferente del cuerpo, y viceversa. También nosotros podemos entrar en esta realidad si pensamos de una forma tradicional. Salvo que para nosotros no se trata tanto de pensar como de imaginar.

En segundo lugar, hemos tendido a polarizar cuerpo y alma hasta tal punto que, como tal vez diría algún miembro de una tribu, hemos permitido que nuestra alma se aleje tanto de nuestro cuerpo que corremos el peligro de perderla por completo. Nuestros cuerpos permanecen por eso vagando por la Tierra como zombies, repitiéndose a sí mismos que el alma es algo que nunca existió; que simplemente hay que aceptar nuestra condición inanimada, poner buena cara y cargar con ello.

Texto íntegro tomado de La Tradición Oculta del Alma de Patrick Harpur.